miércoles, 16 de septiembre de 2015

¿El fin de Izquierda Unida?

Resulta curioso el interés de Alberto Garzón en acercarse a Podemos, arrastrando consigo a Izquierda Unida, haciendo campaña ya en estos momentos en Cataluña a favor de la candidatura de Podemos y dispuesto a asumir incluso el concurrir a las generales de Diciembre bajo otras siglas que no sean las suyas propias. Es como si el Sr. Garzón tuviera la sensación de haberse equivocado de barco.
Como votante eventual de Izquierda Unida, especialmente en elecciones autonómicas, y alguna vez en las generales, en los lejanos tiempos de Julio Anguita, contemplo con cierta tristeza estos movimientos, que a mi modesto entender pueden suponer el principio del fin para la histórica formación.
Es cierto que ese invento de las candidaturas de unidad popular ha alcanzado cierto éxito en las recientes elecciones municipales, pero pensar que eso se pueda trasladar a las catalanas, o sobre todo a las generales, me parece bastante complicado. Una cosa es votar al alcalde de tu pueblo, que al fin y al cabo no va a decidir los próximos recortes en sanidad o en educación, y otra muy distinta elegir al presidente de tu país. Pero por encima del hipotético resultado que Podemos y sus fórmulas alternativas puedan llegar a alcanzar en las elecciones generales, creo que Izquierda Unida debería haberse mantenido fiel a su historia y sus votantes y buscar un acercamiento, y tal vez pactos con Podemos, sí, pero no una renuncia tan rápida a su propia identidad, por la que veremos que precio termina pagando.
Y esto nos puede llevar a una reflexión más profunda, ¿por qué Izquierda Unida nunca ha alcanzado unos resultados que la hicieran afianzarse como lo que en la práctica era o debía ser, la tercera fuerza política del país? ¿Por qué nunca se ha convertido en una verdadera alternativa de gobierno? Supongo que habrá muchas explicaciones posibles, pero a mí me gustaría señalar aquí un par de ellas, tres a lo sumo.
La primera de ellas creo que ha sido un problema claro de liderazgo. Con la excepción de Julio Anguita, creo que los distintos secretarios generales de la organización, los distintos por tanto candidatos a presidentes del gobierno, han sido todos ellos personas de perfil bajo, (Gerardo Igleisas, Francisco Frutos, Gaspar Llamazares, Cayo Lara… que me disculpen si me olvido de alguno). Personas sin carisma, incapaces de transmitir entusiasmo a sus posibles votantes, incapaces de transmitir la sensación de que verdaderamente pudieran convertirse en presidentes del gobierno, y sobre todo, llegar a ser grandes presidentes del gobierno. Parecen haberse convencido todos ellos de su papel  totalmente secundario y no haber aspirado a cambiar ese rol. En definitiva, creo que han sido malos líderes para Izquierda Unida.
Por otro lado, creo que las políticas de Izquierda Unida en determinados temas, sensibles e importantes para los ciudadanos de este país, o al menos para buena parte de ellos, han sido erráticas y en mi opinión equivocadas. Para un andaluz (por ejemplo) verlos pactar con formaciones como Aralar, no condenar abiertamente a dirigentes claramente proetarras, o mantener posturas tibias, incluso proclives, en temas como el del independentismo catalán o vasco, francamente son cosas que chirrían bastante, que muchas veces ha podido espantar a sus posibles votantes en sitios como Andalucía o Extremadura, por poner un ejemplo. De ahí que mucha gente, y ahí me incluyo de ejemplo yo mismo, haya podido decidir votarlos a nivel municipal o autonómico, pero no a nivel nacional.

Y la tercera causa, fundamental en mi opinión, es que Izquierda Unida ha sido siempre la gran víctima del sistema electoral, injusto y arbitrario que tenemos en este país, con el beneplácito de socialistas y populares que son los grandes beneficiados. Resulta absolutamente incomprensible que un partido con el doble en número de votos, acabe teniendo menos diputados que partidos nacionalistas como CIU o PNV. Eso convierte en una gran mentira aquello de que cada voto vale lo mismo, no señores, mi voto no vale lo mismo que el de un votante de CIU, si ellos con la mitad de votos acaban teniendo más diputados. En más de una vez me han hecho sentirme como un ciudadano de segunda. Y este hecho, incuestionable, ha resultado de importancia capital para que Izquierda Unida nunca alcanzara el número de escaños que por número de votantes le correspondía, y que pudiera convertirse en una voz con peso dentro del congreso, condenándola así una y otra vez a ese papel de actor secundario sin ninguna trascendencia en el devenir de este país.

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