Resulta curioso el interés de
Alberto Garzón en acercarse a Podemos, arrastrando consigo a Izquierda Unida,
haciendo campaña ya en estos momentos en Cataluña a favor de la candidatura de
Podemos y dispuesto a asumir incluso el concurrir a las generales de Diciembre
bajo otras siglas que no sean las suyas propias. Es como si el Sr. Garzón
tuviera la sensación de haberse equivocado de barco.
Como votante eventual de
Izquierda Unida, especialmente en elecciones autonómicas, y alguna vez en las
generales, en los lejanos tiempos de Julio Anguita, contemplo con cierta
tristeza estos movimientos, que a mi modesto entender pueden suponer el
principio del fin para la histórica formación.
Es cierto que ese invento de las
candidaturas de unidad popular ha alcanzado cierto éxito en las recientes
elecciones municipales, pero pensar que eso se pueda trasladar a las catalanas,
o sobre todo a las generales, me parece bastante complicado. Una cosa es votar
al alcalde de tu pueblo, que al fin y al cabo no va a decidir los próximos
recortes en sanidad o en educación, y otra muy distinta elegir al presidente de
tu país. Pero por encima del hipotético resultado que Podemos y sus fórmulas
alternativas puedan llegar a alcanzar en las elecciones generales, creo que
Izquierda Unida debería haberse mantenido fiel a su historia y sus votantes y
buscar un acercamiento, y tal vez pactos con Podemos, sí, pero no una renuncia
tan rápida a su propia identidad, por la que veremos que precio termina
pagando.
Y esto nos puede llevar a una
reflexión más profunda, ¿por qué Izquierda Unida nunca ha alcanzado unos
resultados que la hicieran afianzarse como lo que en la práctica era o debía
ser, la tercera fuerza política del país? ¿Por qué nunca se ha convertido en
una verdadera alternativa de gobierno? Supongo que habrá muchas explicaciones
posibles, pero a mí me gustaría señalar aquí un par de ellas, tres a lo sumo.
La primera de ellas creo que ha
sido un problema claro de liderazgo. Con la excepción de Julio Anguita, creo
que los distintos secretarios generales de la organización, los distintos por
tanto candidatos a presidentes del gobierno, han sido todos ellos personas de
perfil bajo, (Gerardo Igleisas, Francisco Frutos, Gaspar Llamazares, Cayo Lara…
que me disculpen si me olvido de alguno). Personas sin carisma, incapaces de
transmitir entusiasmo a sus posibles votantes, incapaces de transmitir la
sensación de que verdaderamente pudieran convertirse en presidentes del
gobierno, y sobre todo, llegar a ser grandes presidentes del gobierno. Parecen
haberse convencido todos ellos de su papel totalmente secundario y no haber aspirado a
cambiar ese rol. En definitiva, creo que han sido malos líderes para Izquierda
Unida.
Por otro lado, creo que las políticas
de Izquierda Unida en determinados temas, sensibles e importantes para los
ciudadanos de este país, o al menos para buena parte de ellos, han sido erráticas
y en mi opinión equivocadas. Para un andaluz (por ejemplo) verlos pactar con
formaciones como Aralar, no condenar abiertamente a dirigentes claramente
proetarras, o mantener posturas tibias, incluso proclives, en temas como el del
independentismo catalán o vasco, francamente son cosas que chirrían bastante,
que muchas veces ha podido espantar a sus posibles votantes en sitios como
Andalucía o Extremadura, por poner un ejemplo. De ahí que mucha gente, y ahí
me incluyo de ejemplo yo mismo, haya podido decidir votarlos a nivel municipal
o autonómico, pero no a nivel nacional.
Y la tercera causa, fundamental
en mi opinión, es que Izquierda Unida ha sido siempre la gran víctima del
sistema electoral, injusto y arbitrario que tenemos en este país, con el beneplácito
de socialistas y populares que son los grandes beneficiados. Resulta
absolutamente incomprensible que un partido con el doble en número de votos,
acabe teniendo menos diputados que partidos nacionalistas como CIU o PNV. Eso
convierte en una gran mentira aquello de que cada voto vale lo mismo, no
señores, mi voto no vale lo mismo que el de un votante de CIU, si ellos con la
mitad de votos acaban teniendo más diputados. En más de una vez me han hecho sentirme como
un ciudadano de segunda. Y este hecho, incuestionable, ha resultado de
importancia capital para que Izquierda Unida nunca alcanzara el número de
escaños que por número de votantes le correspondía, y que pudiera convertirse
en una voz con peso dentro del congreso, condenándola así una y otra vez a ese
papel de actor secundario sin ninguna trascendencia en el devenir de este país.
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